sábado, 13 de diciembre de 2008




Lado A
Conocí a un hombre que nació en la Luna. Me contó que en una ocasión se asomó demasiado desde la esquina más peligrosa; no era la primera vez que lo hacía, siempre le habían llamado la atención esos seres tan extraños que vivían allá abajo, sobre todo admiraba pero no entendía eso que llamamos amor; entonces cayó a la tierra por un mal cálculo.

Como siempre me ha gustado la Luna algo de él llamó mi atención en cuanto lo vi, intuía esa esencia de misterio y belleza que tanto he amado, pero claro esto no significa que era guapo, sino que algo en él me llamaba.

Al conocerlo me enteré de su amor por la música, el café, el cigarro y las relaciones tortuosas

– ¡Nunca duermo!- me dijo como buen lunesiano -¡No me gusta comer!- explico-me aludiendo a su capacidad mítica.

No me enamoré de él, mi adición a lo terrestre es demasiada para entenderlo, sin embargo había entre los dos una atracción, como una especie de marea a merced de algo más enloquecido. Un jazz descontrolado pero fugaz como una interpretación en vivo.


- Clavada en la idea lunar, volteo a ver si aterrizas- le dije una tarde de invierno. Y en el asiento delantero de un bocho provoque lo inevitable.

La historia termina con la promesa de que cuando él muera se ira de regreso al satélite terrestre. También acaba con una reflexión mía sobre lo instintivo, que no tiene caso que ustedes lean, pero bien me valdría hacer nota personal de ello.






Lado B
H
ace tiempo que hablo con una morrita por el msn, la conocí… ¡ya ni me acuerdo cómo!, pero me cae bien, a veces se le van las cabras y admite que está un poco loca; cree en los cuentos de gallinas y algo sobre la manera en la que habla te hace pensar en lo abstracto de la esperanza.

Un día descubrí que también iba en Humanidades y traté de localizarla. No me fue difícil dar con ella, piel blanca-lunar, cabello largo y chino, grandes ojos color café y boca acorazonada, agradable a la vista la chavita. Tanto que siempre que la veía algo de mi torpeza despertaba, pero aclaro: ¡No es mi culpa!

Nunca ha sido mi culpa, de repente se me atraviesan este tipo de mujeres, y cuando menos me doy cuenta ¡Paaumm! Ya estoy enamorado. Buenoo… pero éste no era el caso con ella, estaba chida y algo me atraía bastante, no obstante el corazón late en otros lados.

Talvez sea el hecho de que le gusta la música, que a veces fuma marihuana y ama el café. Pero hasta ahí.

Un día me la rapte para invitarle una cerveza, después de hecharnos unas chelas prometí llevarla a casa. Cuando estabamos a dos cuadras de su cantón la sentí recargarse en mi hombro e inevitablemente voltee a verla, sus labios rosas eran una invitación, me recliné un poco y ¡besasos! que nos dimos por más de dos horas.

Tenía que llevar el bocho a las cuatro para regresarselo a mi jefa, y se lo dije dos o tres veces, a ella no le importo del todo, mientras seleccionaba canciones de blues, de jazz, violines sensualotes y francesas afinadas.

Todo era provocador, desde la manera en la pedía que la abrazara, hasta sus exigencias por caricias más detalladas y precisas.

El asunto termina con una erección grande, un regaño y mi inevitable sentido de huida.

2 Retroalimentaron:

Neich 14 de diciembre de 2008, 15:19  

Evidentemente lo hermoso y original del asunto radica en esa perspectiva de cada parte al contarnos, de principio a fin, ese amor tan fugaz e inesperado. Que bonita historia y que digna es de ser leída varias veces.

Por cierto, es todo un honor ser el primero en comentar en tu blog! =)

Ángel Ruiz 14 de enero de 2009, 22:40  

Muy buena historia... piel blanca-lunar... me está instando a enamorarme de aquellos seres que no sé si algún día veré.