domingo, 25 de enero de 2009

Y a s í e m p i e z a e l s e m e s t r e

Foto: Yuriann M.
© Todos los derechos reservados

martes, 13 de enero de 2009



De las cosas más importantes que aprendí el año pasado fueron dos simple reglas de supervivencia amorosa:

Tomas las cosas que te gustan y tratas de amarlas, después tomas el amor que hay en ti y lo vacías en el corazón de alguien más, bombeando la sangre de alguien más; y caminando de brazo en brazo esperas no ser herido. Si a pesar de seguir las instrucciones sales herido inténtalo otra vez.

Cuando en el retrato de pareja hay tres es factible luchar un rato, pero si el susodicho no demuestra interés tangible en ti, es mejor abandonar las falsas esperanzas y seguir adelante.


Foto:
Hey xiom!

Nunca he sido supersticiosa. Creo, sin embargo, que en lo insignificante y cotidiano está inmersa la magia y tengo un cierto agrado por los poetas paganos, pero supersticiosa ¡jamás!

¡He ahí un gato negro! ¡Una escalera en medio del camino! ¡Un vidrio roto!

Nada de eso me espanta.

Y hoy martes trece, ningún acontecimiento de mal agüero me hará cambiar de opinión.

Sin embargo, he aquí mi historia salda por la fecha de hoy. Andaba dando el rol por CU, entre paseándome y cazando materias-compatibles en otras facultades para cubrir mis créditos libres [Condición extraña y particular que sólo está contemplada en el loco plan de estudios de mi LLL ]

Después de echar cotorreo rápido con los chavitos de artes plásticas y encontrarme a excompañeros preparatorianos en comunicaciones, iba felizmente caminando de regreso a mi fac. para inscribirme y meter mis materias extra-programa. Cuando puaj, mi rodilla falseo de nuevo. No fue ni un paso mal dado, ni una distracción chafona sino mera casualidad-dudosa.

Así que de nuevo ando enclaustrada en mi cuarto con un esguince en la pierna. Herida sensible que tengo debido mi ímpetu por sacar fotos sin fijarme que los pisos de cantera mojados son peligrosos.

¿Mala suerte? ¿viernes 13?
!Comó saberlo!

jueves, 8 de enero de 2009

La muerte me persigue en forma de mosca panteonera. Encuentra hábil la breve abertura de las puertas de mi casa, sube al segundo piso porque huele las desdichas en mi alcoba.

Por un rato su forma pasa desapercibida a pesar de su tamaño, ¡y mira que es grande! mide alrededor de dos centímetros y su grosor es por lo menos de uno y medio, por supuesto es negra abismal. Nunca he entendido cómo es que se metamorfosea con la pared y las cortinas que son de color pastel.

Primero se queda calladita, por una o dos horas, después su naturaleza no puede disimular el ruidito –ssss ssssss-. La advertencia nunca la escucho y es sólo hasta que se encuentra en pleno vuelo de ataque que tomo conciencia de su existencia. Trata de derribarme tal avioneta kamikaze, aún no lo ha conseguido.

Nunca he reunido el valor para matarla, de lo cual he deducido dos simples teorías: ó es que el peso kármico que cargaría en mi conciencia ó es que con la muerte no se juega al cazador, como sea nunca un matamoscas ha podido hacer veces de espada, y que yo sepa muchos han sido los intentos por destruirla, ninguno con éxito.

Me acosa entonces esa mosca panteonera, varia los horarios e incluso a veces los milímetros pero siempre es negrusca perdición, siempre angustia y dolor. Aún no me lleva pero anda rondando mi cuarto hasta que me exaspera y la atrapo entre las manos, la llevo a la ventana y se aleja por un rato.

Photobucket

Siendo ya una mujer de veintiún años debo admitir, no para sorpresa de muchos, que soy una niña grande.

Alguna vez leí, sino mal recuerdo en el Mundo de Sofía, que aquel que se jacta de ser filosofo no debe perder la capacidad de asombrarse, bajo ninguna circunstancia. No es que yo pretenda ser filosofa pero estoy de acuerdo con ello. Más que un requerimiento de profesión debería ser una condición del ser humano, ya que aquel que ve el mundo, o en todo caso la vida, como una casualidad, que implica sin remedio alguno la cotidianidad, ha perdido media alma.

Como buena niña que soy es de saberse que los Reyes magos no han dejado de considerarme dentro de su lista de regalos. Así que el seis de enero recibí una linda edición de uno de mis libros favoritos: El principito, primera novela que estuvo de bajo de mis ojos en cuanto supe hilar palabras para leer enunciados.

Desde mi primera lectura sentí la terrible necesidad de estar angustiada, porque el libro me revelo algo que en ese entonces sólo intuí.

Hoy comprendo que mientras más pase el tiempo tengo enormes posibilidades de convertirme en el vanidoso o en el hombre de negocios o aquel tipo que tomaba para olvidar su vergüenza de ser alcohólico, y sobre todo corro el riesgo de ser como esos que transbordaban el tren para ir de un lado a otro sin saber realmente qué es lo que están buscando.


No perder la sorpresa es una ardua necesidad, sobre todo conservar esa mirada de extrañeza hacia las cosas pequeñas y casi imperceptibles. Eso es lo que, según mi parecer, debe hacerse para no vivir tan triste.


El cápitulo más bonito que tiene El principito es casualemnte el veintiuno. Habla más que de un zorro, muchas rosas y un niñito.



El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:
-No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.

Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:
-Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el biombo, porque yo le maté las orugas (salvo dos o tres para que se hicieran mariposas ) y es
a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.
Y volvió con el zorro.

-Adiós -le dijo.
-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple : Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos.
-Lo esencial es invisible para los ojos -repitió el principito para acordarse.
-Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
-Es el tiempo que yo he perdido con ella... -repitió el principito para recordarlo.
-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...
-Yo soy responsable de mi rosa... -repitió el principito a fin de recordarlo.


Foto: Yuriann M.
© Todos los derechos reservados